Entre el maizal no se le veía, por eso solía esconderse en él.
La última regañina le hizo refugiarse de nuevo. Allí aguardaba siempre media hora hasta que todo pasara.
Pero esta vez el caldeamiento de la discusión no había pasado.
Cuando llegó a casa se le dispuso el castigo de quedarse en su habitación sin comer la anhelada tarta de manzana.
Aguantó el chaparrón tras la puerta, pensando que la próxima vez aguantaría una hora en el maizal.
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