8 años, 58 días, y 18 horas, todo ese tiempo había pasado aquel
felino conviviendo con un león que tiritaba de frío cuando sacudía
de un lado a otro su cuello y su cabeza.
En
un abrir y cerrar de ojos, el gato comprendió que estaba dentro de
una cueva en la cual se rugía, pero no se maullaba.
Todas
las noches que aquel gato pasó en aquella prisión, intercambió sus
papeles con aquel león.
El
gato cerraba los ojos, respiraba profundamente, y procedía a rugir
como su amo, aquel león.
Y
todas las noches, todas, se oía maullar con ronquidos al bueno del
león.
El
número de días en que durmió aquel gato, y el número de noches en
que durmió el león cuando el gato tenía miedo, es de un valor
incalculable para entender por que el más fuerte nunca devoró al más
débil.
Mientras
mi madre dormía cuando y como podía todas las noches después de
recitarme la fábula del gato y del león , yo me convertía en una
almohada de peluche que estaba hecha a su medida.
A
ese ritual en que uno descansa cuando su madre cierra por vacaciones,
uno de buena fe lo llama tiritar de frío.
A
la vivencia real del roncar egoísta de una persona en medio de la
noche, en esta fábula se le llama el maullar nocturno de un gato.
Y
al respeto que un león puede tener ante un gato del cual no le
separan ni unos pocos centímetros, se le llama ley de vida en lo más
profundo de mi entendimiento.
Aquel
león había contado todos los días desde aquel momento en que se
erizó su cuero cabelludo, de modo que sabía mejor que nadie cuanto
tiempo había invertido en acariciar el lomo de aquel gato.
Desde
que mi madre comenzó a explicarme el sentido de esta fábula,
diariamente, en mi alma se entredibuja a una mujer herida que no
entiende nada de lo que está viviendo, especialmente por que sueño
con el momento de disfrazarme de almohada para que recaiga sobre mí todo el peso de una mujer que dormida solamente me puede sentir
tiritar de frío como a un animal.
También
escuchando a la fábula que madre me recitaba, había sitio para otra
mujer herida, que pasa toda la noche en vela mientras un ser mucho
más débil hacia guardia protegiendo a quien duerme con muchos más
kilos de envergadura.
Y
sobre todo, esta fábula explica por que aquel león pudo convivir con
aquel gato acariciando su lomo diariamente en vez de comérselo vivo
previo paso por la sartén.
Son
muchas, muchísimas, las heridas, de tantas y tantas mujeres que
nunca saben cuál es su lugar en esta historia.
Y
todo se resume a una regla de tres: tú y yo, y siempre el que falta.
El
que falta siempre es el número de días en que gato y león vivieron
inmersos en la ley de la selva.
Esa
ley que nunca se entiende, solo se mama.
AUTOR: Luis A.