Una lágrima resbaló por su mejilla. Un gorrión se posó a unos metros, en el alféizar de la ventana. Hacía frío. Cogió el abrigo negro, el más apropiado, y se lo puso.
Ya en la calle llamó un taxi. El tráfico era denso. Llevaba el bolso en el regazo, como si temiera perderlo. El taxista la dejó en la dirección indicada: unos hermosos jardines coronados por cipreses. Los pájaros piaban con frenesí, en contraste con su sentimiento.
Yal fin se encontró en el cementerio. La tumba en cuestión era pequeña y sólo la adornaban unas humildes flores de plástico. Estuvo gimoteando un rato y se marchó.
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