En el mismo lugar donde se vieron por vez primera, una duna, volvieron a encontrarse. Habían pasado los años suficientes para que la duna le hubiera ganado terreno al pinar.
Ella llevaba un pareo encima del bañador y él unas bermudas floreadas. Se reconocieron de inmediato y se saludaron con sendos besos protocolarios.
Estuvieron hablando de sus ocupaciones y se citaron para más tarde en el chiringuito de la playa. Estaba atestada, pero era una playa limpia y de aguas tranquilas. Tomaron unas cervezas y continuaron departiendo.
Una brisa ondeaba la bandera verde que indicaba que el agua estaba apta para el baño.Decidieron darse un chapuzón y lo pasaron en grande chapoteando como niños.Ella frisaba los cuarenta años y él pasaba de los cuarenta y cinco.
A él le fascinaba un lunar que ella tenía cerca del labio superior. A ella le gustaba su melena rubia y su amabilidad.Y así surgió una atracción mutua.
El verano terminó y llegó el siguiente.Volvieron a encontrarse (esta vez cerca del acantilado)y decidieron, tras pasar unas horas juntos, caminar por el paseo marítimo. Lo hicieron de la mano, como dos enamorados.
J.Ramón Lorente
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