Le quedaban dos escalones, tan sólo dos peldaños le se separaban del abismo. Los cruzó con cierto temblor en las piernas y, al fin , ante sus ojos se abrió el tremendo y desolador panorama.
Era un inmenso desierto de arena sólo poblado por la torre en la que se hallaba, antiguo faro para aviones. Se asió a un barrote que había en la pared y miró sorprendido alrededor. Todo era arena y viento. Una ráfaga se coló por el hueco que había sido ventana y le despeinó el flequillo. Sintió un escalofrío.
No pudo aguantar más la visión y comenzó a bajar por donde había subido. Esta vez más deprisa y algo aturdido. El sudor le resbalaba por la espalda.
Al llegar abajo, encontró el esqueleto de lo que habría sido un león, algo que había pasado inadvertido en la entrada. Sintió miedo y desconfianza por su persona. ¿Qué sería de él si permaneciera por más tiempo en ese inhóspito lugar?.
Subió al aeroplano y puso rumbo al lago, a cientos de kilómetros de allí. Era un lugar seguro y sin desolación. Al llegar, suspiró aliviado, sintiéndose bien entre tanta vegetación y humedad. Nada mas bajar del aeroplano una mano le agarró el brazo derecho con fuerza y pudo reconocer a un indígena casi desnudo que le sonreía con sonrisa de dientes picados. Le ofreció un manojo de hierbas y le indicó que las comiera. Se las llevó a la boca, acatando, y empezó a masticarlas con repugnancia, pues estaban muy amargas. Pasado un breve instante sintió que se aturdía.
Comenzó a sentir que volaba sobre la jungla, y tuvo la visión de un águila o un cóndor. Veía todo desde lo alto, en un vuelo suave pero vertiginoso. Cuando despertó, tan solo le quedaban dos escalones para aquél abismo de arena y viento.
José R. Lorente
( El abismo )
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