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lunes, 6 de mayo de 2019

¿Somos 'adictos' al móvil?

  Pero no, no somos 'adictos' al móvil y, de hecho, hablar de 'adicción al móvil' es contraproducente. Según el psicólogo Eparquio Delgado, coautor de 'los nativos digitales no existen', usar este término desdibuja lo que es realmente una adicción, un problema  un mal hábito.

"Una adicción se define clínicamente por tres factores: un patrón de uso problemático, un síndrome de abstinencia y una tolerancia que impulsa a hacer las dosis cada vez mayores", explica Delgado. Solamente un comportamiento está descrito como adictivo en la quinta edición del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales que edita la Asociación Estadounidense de Psiquiatría y que sirve de guía principal en esta disciplina, y es el juego. Ni el uso del móvil ni otros como el ejercicio físico o el bronceado sobre los que periódicamente se hacen eco los medios de comunicación.
Ni abstinencia ni tolerancia
En el caso de los teléfonos, no se cumplen dos de esos tres factores: ni se sufre un síndrome de abstinencia ni existe una tolerancia. La supuesta nomofobia que sufrimos al dejarnos el móvil en casa no es una fobia real científicamente estudiada, sino un concepto acuñado durante un estudio realizado por la oficina de correos británica. Y sobre la tolerancia, los estudios señalan que, al igual que con internet, al principio le damos un uso excesivo hasta que, a partir del año, regulamos el tiempo que pasamos con ello hasta niveles razonables. "Es como cuando tienes un coche nuevo, que al principio te 'flipas', pero luego te vas acostumbrando y lo coges cuando te hace falta", explica Delgado.
Una adicción causa un enorme trastorno en la vida de las personas que la sufren, y aquí parece que estamos equiparando la heroína al móvil
Aunque oficialmente no está reconocida la adicción al móvil como un trastorno real, se ha convertido en una expresión habitual en el lenguaje coloquial y los medios de comunicación. Y eso es en sí mismo un problema. "Una adicción es algo muy serio, que causa un enorme trastorno en la vida de las personas que la sufren, y aquí parece que estamos equiparando la heroína al móvil", señala Delgado, que también subraya las implicaciones legales que tendría considerar el móvil un objeto adictivo: "Habría que etiquetarlo con advertencias sanitarias e impedir su uso por parte de menores de edad, como hacemos con el alcohol o el tabaco, ¿no?".
No es el móvil, sino lo que hacemos con él
Ni síndrome de abstinencia ni tolerancia, de acuerdo, pero ¿qué hay de los patrones de uso problemático, ese en el que desatendemos nuestras tareas o dejamos de lado a nuestros amigos y familiares para seguir inmersos en la pantalla del móvil? Delgado describe una situación que a más de uno le resultará familiar: un adolescente con las notas cayendo en picado porque en vez de estudiar se pasa la tarde con los pulgares volando a toda velocidad sobre la pantalla táctil de su teléfono, y sus padres, preocupados, contemplando la posibilidad de que el chaval esté 'enganchado' al móvil.

El psicólogo considera absurdo entender el móvil como adictivo, ya que es una herramienta, no un fin. Así que hay que preguntarse para qué se usa el móvil tantas horas: ¿para hablar con sus amigos? ¿Para buscar la aprobación del grupo en forma de 'me gustas'? ¿Para ligar? "Ahí es donde puede estar el problema. No en el móvil en sí, sino en para qué se está usando. Quizá el chico tiene problemas con sus compañeros, o quizá sea un problema de baja autoestima". Sin embargo, en la mayor parte de los casos este uso constante no es sino la forma habitual de comunicación adolescente a día de hoy, considerada quizá extraña o antinatural para generaciones anteriores.
¿Quiere eso decir que lo de comprobar compulsivamente el móvil para ver si tenemos nuevas notificaciones o nuestros contactos han publicado cosas nuevas es algo que solo le ocurre a esas extrañas criaturas que son los adolescentes? No, tampoco es eso. Aunque llamarlo adicción es un error, sí que hay condicionantes que nos llevan a mirar el móvil más de lo que a veces queremos reconocer.
La dopamina y la búsqueda de estímulos
El motivo que sugiere la psicología es la dopamina y el efecto que esta sustancia tiene en nuestro cerebro. Hasta hace poco se creía que la dopamina estimulaba los centros de placer del cerebro, pero otras investigaciones recientes creen que es algo más sutil que eso: la dopamina estimula nuestro instinto de buscar y consumir estímulos nuevos, una forma de impulsarnos a aprender y adaptarnos a los cambios. Sería el sistema opioide el que habla directamente a nuestros centros del placer.
Ambos instintos, el de buscar cosas nuevas y el del placer trabajan de forma conjunta: el primero nos impulsa a buscar, encontrar y aprender y el segundo nos hace sentirnos contentos y satisfechos, y por tanto dejamos de buscar por un rato. Pero el primero es más fuerte, y en ocasiones ignora al segundo, metiéndonos en un bucle compulsivo de necesitar cosas nuevas, nuevos estímulos, sin parar nunca.
El móvil favorece que esto ocurra porque nos pone la búsqueda más fácil que nunca: haz 'scroll' en Twitter y tienes 10 mensajes nuevos que leer, entra en Instagram cada 20 minutos y hay nuevas fotos, manda un mensaje a un amigo y consigue una respuesta inmediata, ¿tienes una duda?, ¡busca la respuesta en Google! Así es fácil entrar en ese bucle compulsivo de búsqueda y encuentro.
Inmediato, anticipable, impredecible
No es solo la inmediatez. Hay dos cosas más que favorecen estos chutes de dopamina: la anticipación (subir una foto a Instagram esperando un aluvión de 'likes') y la incertidumbre (no saber si esos 'likes' van a llegar). Un cóctel perfecto que nos crean las redes sociales y que nos hacen comprobar una y otra vez qué ha sido de nuestros mensajes o comentarios.
Todo esto es utilizado por los creadores de aplicaciones para aumentar las probabilidades de que sus usuarios vuelvan una y otra vez
Todo esto, además, es utilizado por los creadores y diseñadores de aplicaciones para aumentar las probabilidades de que sus usuarios vuelvan una y otra vez. Existen incluso expertos en esta materia. En Teknautas contamos la historia de BJ Fogg, director del laboratorio de Tecnología Persuasiva de la Universidad de Stanford, que enseña a sus alumnos a crear programas y dispositivos que atrapen a sus usuarios y modifiquen su conducta.
Pero eso no nos convierte en adictos, recuerda Delgado. "Puede existir un patrón de uso problemático, claro, porque es una distracción que tenemos muy a mano, y nos viene especialmente bien (o mal, según se mire) cuando tenemos que hacer algo que no nos apetece, como a un chaval estudiar un examen", pero de ahí a convertirlo en patología hay un camino muy poco recomendable, "si no queremos terminar convirtiendo cualquier problema en una enfermedad".
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