Está todo oscuro; no hay ni un resquicio de luz. Si me muevo puedo tocar el techo y las paredes. ¿Qué demonios de habitación es esta?. Yo diría que es un extraño habitáculo. Siento claustrofobia. Siento que por momentos mi respiración se va apagando. A cada instante me queda menos aire...
No podía imaginar que se hallaba a tres metros del suelo, con un montón de tierra encima: estaba en un ataúd. Había sido enterrado vivo.
Había quedado en la casa solo. Tendría unos tres años. Caminé por las habitaciones de la estancia desconocida, sin dar con la salida. Cuando, al fin, di con la puerta de entrada, al mirar hacia arriba vi la cabeza de un toro disecada, lo que me causó gran susto.
Cuando se abrió la puerta, tres adultos se reían ante mi asombro.
Tomando los mandos, hizo virar la nave hacia el satélite mas próximo. Aterrizaríamos en tres minutos. Mientras, RJ-32 me amenizaba con unas proyecciones de hologramas diversos.
La nave es confortable y huele a rosas. Los paneles se iluminan intermitentemente. Con solo pasar la yema de los dedos se activan los conectadores.
Llegamos al satélite Nusiol y tomamos tierra. Fluía un viento suave y apacible. Uno de los soles se ponía por el horizonte, mientras que los otros dos imperaban en lo alto. El suelo estaba cubierto de grana hierba que se mecía al compás del viento.
Estuvimos media hora, y tomamos algunas muestras. Después despegamos con rumbo a casa.
José R. Lorente.
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